De agua y volcanes: Lago Atitlán

Hay una habilidad que se va haciendo cada vez más presente con los viajes: la de la observación. Casi siempre, la rutina viajera es más o menos así: llegar a un lugar – ir con las mochilas a buscar dónde dormir – salir a pasear por el lugar. Llegamos a Panajachel, en una de las orillas del Lago Atitlán, e inmediatamente me dí cuenta de que acá esa rutina simplemente no aplicaba.

perro-muelle-san-marcos-la-laguna-lago-atitlan-guatemala

Caminamos desde donde nos dejó la camioneta (si leyeron el post anterior sabrán que me refiero a los famosos chicken buses) hasta el muelle, y el pueblo parecía más un pedazo de alguna ciudad estadounidense que un lugar latinoamericano. Tiendas de souvenirs por todos lados, restaurantes de comida rápida, sombrillas y olor a bloqueador solar. No venimos para esto, me repetía junto con Gogo. Es muy cómodo eso de tener a la mano todo lo que se pueda necesitar, pero en algún punto de esa comodidad, el aprendizaje de los viajes se termina perdiendo.

Frenamos a la orilla del lago, y entendimos que de ahora en más tendríamos que mirar hacia el agua; observar sus detalles, ver el ir y venir de las lanchas y las olas, asombrarnos con los volcanes que forman un paisaje sacado de otro mundo. Teníamos que olvidarnos de recorrer el pueblo, y dedicarnos a estar.

hippie-san-marcos-la-laguna-lago-atitlan

Caminamos un poco por la costera y nos detuvimos frente a una pupusería (como amo las pupusas). Estuvimos charlando con la dueña, que es salvadoreña y se nota que extraña mucho su país. Nos contó algo de su vida y nos dijo que El Salvador es un país hermoso para visitar. Nos quedamos un buen rato solamente viendo el lago, y luego caminamos un par de kilómetros a otro embarcadero, donde supuestamente pagaríamos el precio local por ir a nuestro próximo destino: San Marcos la Laguna.

lanchas-santiago-atitlan

Si algo pudiera cambiar de Guatemala, sería la inflación de precios a los extranjeros. No sé si pase igual con todos los países, pero acá es impresionante ver como justo después de cobrar cinco quetzales a un local, te quieren cobrar cuatro veces más sólo por verte con las mochilas. Finalmente negociamos un precio razonable y fuimos al que quizás sea el pueblito más mágico del lago.

Apenas llegar, todo se volvió verde. Todas las paredes llenas de enredaderas, árboles a la máxima potencia y frutas como mangos y plátanos colgando de ellos. También vimos mucha influencia extranjera, pero parece que acá el exterior se acopló al lugar y no al revés. Algunos cartelitos de las esquinas están en inglés, y no es raro ver gente rubia por las calles, pero nada como las calles de Panajachel llenas de Mc Donalds, Burger Kings y tiendas con aire acondicionado.

cartelitos-san-marcos-la-laguna-ingles

San Marcos la Laguna es quizás también el pueblo más silencioso del lago. Otros lugares como San Pedro o Santiago están volcados a la fiesta durante la noche: bares, antros y discotecas por todos lados. Acá no. San Marcos tiene seguramente más centros de meditación y salones de yoga por kilómetro cuadrado que cualquier otro lugar del país. Es un lugar para caminar tranquilamente, y -sobre todo-, para admirar la impresionante vista del lago y sus volcanes de fondo.

flores-lago-atitlan-guatemala

El clima no ayudó mucho durante nuestra estadía en el lago. A partir de las cuatro de la tarde se ponía a llover y no paraba hasta el día siguiente. No pasamos demasiado tiempo ahí, pero realmente sentimos que conectarnos con la naturaleza del lugar fue la prioridad. El Lago Atitlán es uno de los lugares más mágicos de Guatemala, pero realmente hay que aprender a simplemente estar.

san-marcos-la-laguna-muelle

Leave a comment